Fluir con la vida (I)
11 febrero, 2015Transformar creencias (II)
11 febrero, 2015Hacer una limpieza mental y librarse de las creencias negativas ya es un gran paso para recuperar la confianza, pero ahí no acaba todo: también debemos ser selectivos con las informaciones que nos llegan en todo momento. El mundo está lleno de rumores, además de noticias e influencias negativas. En los periódicos sólo se habla de escándalos de corrupción. En el trabajo, los compañeros destilan su veneno unos contra otros. En reuniones de amigos, siempre hay quien cuenta algún suceso terrible, un asalto o una violación del conocido de un conocido. ¡Basta! Si nos dejáramos influir por las tragedias mundanas no saldríamos nunca de casa, no hablaríamos nunca con extraños y ni comeríamos del plato que el camarero deja en la mesa. No estoy proponiendo que te conviertas en un ermitaño ni que evites la vida social, sólo sugiero que no compartas realidades ajenas que no te harán ningún bien ni serán compatibles con la realidad que deseas para tu vida.
Como cualquier otro órgano del cuerpo, el cerebro tiene su función y debemos cuidarlo. Si evitamos alimentar nuestro estómago con productos que le sienten mal, ¿por qué alimentar nuestro cerebro con estímulos perjudiciales para el equilibrio mental? Debemos ser selectivos con las informaciones que recibimos y aprovechar sólo aquéllas que nos sirven. Lo demás, hay que dejarlo correr.
Cuando las personas somos capaces de discernir entre lo que nos es útil de lo que no lo es nos mostramos más seguras, sentimos que nuestra vida nos pertenece. Es el caso de María de Fátima y Silva, pedagoga que trabaja como gerente de responsabilidad social de una empresa de recursos humanos.
Un día, cuando aún era una niña, oímos que alguien lloraba con ganas en casa de algún vecino y salimos para ver qué ocurría. Nos encontramos con que el barbero estaba cortando a la fuerza la larga cabellera de su hija a la vista de todos y en su barbería. Aquella escena, que atrajo a la gente que vivía cerca, nos dejó a todos perplejos, hasta que conocimos el motivo: ella, una joven rubia de piel clara, hija de inmigrantes españoles, se había enamorado de un muchacho negro. ‘¡Ah, entonces es eso!’, dijeron los vecinos, y volvieron a sus casas, satisfechos con la explicación. Pero yo me quedé allí, en la calle, de pie, sin entender nada.
Esto sucedía en la década de 1960. En aquella época no había la diversidad que existe hoy, había diferencias entre las personas. Una chica rubia no podía salir con un muchacho negro. No se podía mirar a los deficientes físicos que pasaban por la calle, era ‘feo’. En mi escuela había el grupo de los más listos y el de los más flojos; los alumnos que sacaban una media superior a siete en los exámenes se quedaban a un lado, y los que sacaban menos de siete, en el otro. La gente se comprometía con los patrones de comportamiento y de moral establecidos y temía salirse de ellos, temía ser diferente. No estaba bien visto que un hombre se casara con una mujer mucho más joven, así que para qué hablar de la mujer que lo hacía con un hombre más joven. Los matrimonios no se separaban porque la familia era indisoluble, y las mujeres preferían pasar el resto de sus vidas siendo infelices que dejar el marido y sufrir los prejuicios de los demás. Casarse embarazada era un escándalo.
Claro que yo nunca entendí los motivos. Preguntaba por qué las cosas tenían que ser de aquella manera, pero nadie era capaz de darme una explicación lógica. De modo que no acepté aquellas ideas, aquellos valores y patrones, porque no eran válidos para mí. Me casé embarazada a los diecisiete años de edad, y a los veintitrés me separé. No es que lo hiciera a propósito, sólo para romper moldes. Pero tal vez todo ocurrió porque yo no sufría los miedos de la chica bien que se casa virgen o de la mujer que no se separa del marido porque cree que si la vida es mala con él, será peor sin él.
Haber sido hija única hasta los ocho años me hizo valorar la convivencia con los demás, porque me sentía muy sola. En mi vida profesional siempre he tratado con gente, y hoy mi trabajo consiste en introducir en el mercado laboral a deficientes físicos y a quienes abandonan el sistema penitenciario. Mi postura crítica hacia los prejuicios es esencial en este trabajo. La relación con quienes acaban de salir de la cárcel, por ejemplo, tiene que partir de cero; no me importa qué hicieron en el pasado, importa el juicio que me hago de ellos a partir de lo que observo. Apuesto por las personas a las que les busco un trabajo y sé que puede salir bien o mal. Algunas responden a mis expectativas, e incluso las superan, y otras me decepcionan. No obstante, las decepciones no me impiden creer en lo que hago. Escogí mi trabajo del mismo modo que elegí los valores y las reglas que me sirven, porque para mí todo tiene que tener sentido.
Realmente, todo en la vida es una cuestión de elección. Y tú puedes elegir en qué quieres creer.
(fragmento del Capítulo 3 del libro ‘Confianza, la clave para el éxito personal y empresarial‘ de Gasalla y Leila Navarro)
Continuará…