Fluir con la vida (II)
11 febrero, 2015Transformar creencias (III)
11 febrero, 2015Fui testigo de la lucha de mi madre para criar a nueve hijos y crecí con la creencia de que podemos, sí, vencer con honestidad, fe y esfuerzo. Mi primera experiencia como emprendedora fue a los quince años, cuando tuve que hacerme cargo con otras dos de mis hermanas de la panadería de la familia al morir mamá. Ya llevaba enferma algún tiempo y el negocio casi se va a pique, pero conseguimos levantarlo. Después lo dejé para seguir iniciativas propias y me fue muy bien. Reconozco en mí el talento para emprender.
En la década de 1990 tenía una agencia de líneas telefónicas y medio millón de dólares. Un amigo me propuso participar en un negocio de factoring y, entusiasmada con la posibilidad de nuevos beneficios, no me lo pensé dos veces: invertí todo lo que tenía. Poco después, la empresa sufrió un descalabro y perdí lo que había invertido. Fue un golpe tremendo, pero no me di tiempo ni para lamentarme. Tenía que trabajar para pagar el salario de mis empleados a final de mes. Por fortuna, en aquel momento la compañía telefónica Telesp me concedió las líneas de teléfono móvil que había comprado meses antes, y con la venta financiada de esas líneas comencé a trabajar con teléfonos celulares, que en aquella época iban muy buscados. Volví a ganar dinero y a salir del apuro. Poco después, mi ex socio en la empresa de factoring compensó parte de mis pérdidas con un terreno en zona industrial y empecé a levantar cabeza.
Años después compré un salón de belleza en un barrio rico de São Paulo y le pedí a una amiga que se asociara conmigo. Como en aquellos momentos tenía que resolver un tema judicial, puse el local a nombre de mi amiga. Levanté el negocio y, cuando ya funcionaba a las mil maravillas, decidí pasar a otra cosa. Pero todo iba a nombre de ella… Y otra vez, un disgusto. Aquello me afectó mucho y pasé un tiempo inactiva, pero volví a levantar cabeza y seguí adelante. Ya había caído y me había levantado otras veces, así que sabría recuperarme. Además, tenía mucha fe en Dios e intuía que algo aprendería de todo ello, aunque no supiera qué.
Busqué asesoramiento profesional y, con el tiempo, entendí la lección. Yo era demasiado impulsiva, tenía prisa por aprovechar las oportunidades y ‘hacer que las cosas ocurrieran’, y debía aprender a reflexionar y analizar las situaciones para evitar decisiones precipitadas. También me molestaba mucho exigir documentos y garantías a mis socios, porque no quería que pensaran que no confiaba en ellos. Claro que, en el mundo de los negocios, las sociedades tienen que tener normas y compromisos claros —al pan, pan, y al vino, vino—, todo formalizado y bendecido, por el bien de las dos partes.
A pesar de todo lo que me ha ocurrido no me siento maltratada por la vida. Comprendo que necesitaba estos desengaños para madurar y que, a pesar de todo, siempre surgirán nuevas oportunidades para recuperarme. Sigo confiando en mí misma y no he dejado de confiar en los demás, aunque sepa que ese, el de la confianza, es el punto débil de muchos. Además, estoy convencida de que cuando tenemos confianza en nosotros mismos y en la vida lo tenemos todo.
Este caso, narrado por la emprendedora Sindai Araújo, es un buen ejemplo de lo que denomino ‘fluir con la vida’.
(fragmento del Capítulo 3 del libro ‘Confianza, la clave para el éxito personal y empresarial‘ de Gasalla y Leila Navarro)
Continuará…